Hay
que reconocer que vivimos en un mundo sumamente complejo, lleno de diversidad y
por lo tanto variopinto. Somos parte de grupos humanos heterogéneos, con
características propias, y por lo tanto con culturas diferentes, lo cual
implica, de hecho, una significativa riqueza, puesto que solo así es posible el
pluralismo en tanto “posibilidad de que los individuos de diferentes culturas
interactúen y se interpreten recíprocamente, aunque tengan diferentes
concepciones del mundo” (Rescher, 1993. Citado en Argueta, 2011).
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